lunes, 24 de enero de 2011

De las frutas, las viandas, los platos y también de la sexualidad de la comida cubana. Un ensayo sobre lo nuestro.

Este ensayo de Eliseo A. Diego esta para chuparse los dedos y otros apendices...disfrutenlo.


El paraíso no puede entenderse sin la tentación. En el festín erótico de la nación cubana la fruta, y con ella la mujer, ocupa el centro de la mesa. De la papaya a la piña (esa fruta loca que se cree palma), de la piña al mango, del mango a la chirimoya, de la chirimoya a la guanábana, de la guanábana al mamoncillo (qué nombre tan gracioso), del mamoncillo a la naranja, de la naranja al mamey y del mamey, otra vez, a la soberana papaya, la fruta manda, la fruta seduce, la fruta conquista. Sin embargo, también habría que mencionar la otra parte, mejor dicho la contraparte, el complemento viril del fetecún nacional: la vianda, esos tubérculos machistas y terrenales que van, en comparsa, detrás de la carroza donde a las frutas se les venera como reinas del carnaval. Entre la orgía de una ensalada de frutas y el caldo sofocante del ajiaco, emana vaporosa el alma cubana.


La papaya es a la fruta lo que la yuca a la vianda: reina y rey, en el trono del comedor o en la mazmorra de la cocina, junto a los lavaderos. La fruta se ofrece en la rama, asciende con ella: las que llegan más alto, resisten mejor el deseo. La vianda vive bajo tierra, oculta en su cremallera, buscando ganar en profundidad. La fruta es de altura. La papaya o el mamey no dependen de su tamaño sino de sus pulpas. Jugosas, vaginales, húmedas. La yuca no. Qué va. La yuca se mide en pulgadas. Una buena yuca debe pasar las nueve pulgadas. Tremendo yucón. Venoso. Apenas babeado. La fruta es bella en sí misma. La guanábana lo sabe. También lo sabe la ciruela y la toronja. La naranja adorna el naranjo como aretes de gitana. Los fruteros se ven bien en el comedor. Todas las frutas juntas. Unas sobre otras. La vianda no. La vianda es tosca, bruta, más bien solitaria. El ñame parece una roca volcánica. Los vianderos se esconden junto a la ropa sucia.

La fruta se tumba. La naranja se tumba. Se tumba el mango. La novia del vecino también se tumba, jamás la de un amigo: hay que desearla primero con la mirada. Descubrirla entre el ramaje. La boca se hace agua. Sólo entonces se dispara. Tumbé la manga, decimos. Le tumbaste la novia al licenciado, decimos. Qué bueno. La vianda no. La vianda no se tumba. Se saca. Se saca la yuca. Con las manos. El ñame se saca. La malanga se saca. También la papa. Tienes que embarrarte la punta de los dedos. La fruta se muerde en estado natural, sin necesidad de procesarla, de someterla a la llama. Se desviste con los labios. Se desnuda. Se lame, se chupa. La fruta embarra los labios, los emborracha. La vianda, en cambio, se pela, se encuera. La fruta se paladea. Se goza. Se disfruta. La vianda no. Se pela. La yuca se cocina, se calienta. Se fríe en manteca de puerco. La cáscara guarda el palo. La malanga se hierve, media hora. La fruta se come al tiempo. La vianda hace sudar. A mares. Las frutas se prostituyen en las ferias, se exponen a la vista del marchante. Oyen propuestas. Aceptan rebajas. Las maquillan con barnices y coloretes, las colocan sobre sostenes de papel de china. A veces se abren un poco para que destilen los jugos deliciosos de la lujuria: se venden, caro o barato. José Martí habló de frutas que maduran en las ramas y de frutas que maduran en la plaza, a palos. El mayorista les pega para que cedan. La vianda también se comercializa, pero casi siempre en pasajes secretos del bazar. La fruta despierta el apetito; la vianda mata el hambre. Las frutas presumen tres edades públicas (¿púbicas?): verdes, pintonas o maduras: niña, joven, adulta. Algunas se pudren, solteronas. La vianda no. Qué va. Las yucas, las malangas, los ñames, lo que tu quieras, sólo tienen dos alternativas: están blandas o están duras. No hay opción. La yuca comienza rígida, musculosa: termina vencida, flácida. Las frutas, en el peor de los casos, se conservan en preservativos químicos. No es albur. La guayaba, en casco o mermelada. La papaya, en trozos. El coco, rallado. Algo es algo. Cuando la nostalgia aprieta la bemba del alma, cuando el hambre de un país prohibido le abre a uno un hueco en la boca del estómago, la dulce patria, aun en lata, nos endulza y alimenta. Amamanta. No así las viandas. La malanga dura lo que dura dura.

Lo reconozco: es albur. Para conservar un ñame lo mejor es enterrarlo en el patio y olvidarnos por un tiempo del cadáver exquisito. Sin una yuca, todos somos viudas.

La fruta exclama: ¡Azúcar!... El tímido ñame susurra a la calabaza: ¡De tranca!... “¡Frutas!... ¿Quién quiere comprarme frutas?”, pregona el canario del puesto de la esquina. Canario de Islas Canarias. El rumbero, en el traspatio del solar, dice a su compadre apesadumbrado: “Dile a Catalina que se compre un guayo, que la yuca se te está pasando". La fruta sirve para el elogio: “¡Vaya papaya!”. Labios pulposos. Ojos de ciruela. Los melones del pecho. La vianda no. La excitación de una manzana. La perita del clítoris. La vianda insulta: “Eres un ñame”, decimos al niño que no aprendió las tablas de multiplicar. “Tienes un chopo en la cabeza”. ¡Qué cubano no se acuerda de El Bobo de la Yuca! Hoy, en la mañana, llamé por teléfono a varios compatriotas de hueso colorao y les hice esta sencilla pregunta: “¿Con quién se quiere casar El Bobo de la Yuca?”. Ninguno supo, a ciencia cierta. Un historiador, experto en el arte de la espera, me aseguró que con una “viudita de la Capital”. Tres consultas después, un novelista, estudioso de la vida cotidiana en Rusia, me aclaró que la alegre “viudita” era la prometida del Arroz con Leche. ¡Qué tal, la muy mosquita muerta! No se dice nunca a quién amaba el tierno Bobo de la Yuca; sólo se sabe que pretende pasar la luna de miel comiendo trapo y bebiendo café.

Y termino con la espada de un plátano en la mano. Lo dejé para último, a propósito. El plátano se las trae. Lo complica todo. Hay plátano fruta y hay plátano macho. Plátano vianda, se dice en Cuba al plátano macho. Yo no soy un moralista, me considero incluso un fundamentalista de la libertad de elección, pero pienso que, puestos a pelotear el asunto, uno de los dos “se está haciendo”. El resbaladizo plátano se hace “hembra” o se hace “varón”. Yo supongo que es el llamado vianda, que siendo dulce, preferiría ser amargo, macho. Cuando menos, es una actitud singular, aunque no atípica, en el teatro culinario de la nación. El plátano travestí se deja freír en una cama de manteca hirviente, cocinar a fuego vivo, aplastar por el mortero. Su consagración definitiva la consigue cuando le invitan a participar en un ajiaco criollo y así logra codearse, en la salsa de la cazuela, con la yuca, el ñame, la malanga y la vieja ramera de una calabaza. Pero el eufórico plátano macho no estalla en júbilo cuando lo rellenan de picadillo, en una forma empanizada de embarazo (plátanos rellenos), ni cuando lo sirven, como postre, en tentación, horneado bajo un desabillé de caramelo, ni cuando lo rebanan como galleticas de María y no falta el prejuicioso que diga, de punta a punta de la mesa, ¡Coño, Fulano, déjame por una Mariquita! No. Ese, sin duda, resulta un momento muy emocionante, intenso, casi peligroso. El plátano, por más señas verde, logra su orgasmo de felicidad cuando el chef de un restaurante lo manosea, lo machuca, lo adoba en mojo de ajo, cebollas y naranjas agrias, lo hace una bolita y, ¡que suenen los cueros del tambor!, lo entrega a la mesa y los comensales dicen a coro: “¡Qué ricura! Diosito, pero que rico sabe este Fufú”. Que le llamen Fufú en su propia cara, Fufú delante de todos, Fufú en la Plaza, Fufú en el mercado. Fufú, Fufú, simplemente Fufú, es el sueño de todo plátano macho: para él, el platanito Johnson se pierde lo mejor de la vida. La mesa está servida, gracias a Dios.


Eliseo A. Diego



1 comentario:

  1. Eliseo, tu historia esta divina, entre hacerme reir, hace reflexionar, mezclas el todo con una sabrosura de cubano intelectual que da gusto leerlo. sinonimo de que el cubano jaranea y tira todo a bonche, hasta el sexo de las frutas!!! muy bueno sinceramente. saludos

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